martes, octubre 02, 2012

La crisis del disco (II) - La era informática


Ya he mencionado la idea de que hoy día las obras, o cierto tipo de obras, son en realidad un archivo informático. Me adelanté al hacer esa observación, pero me hacía falta para contextualizar el tema y también para ir anticipando las ideas generales que guían mi planteamiento. Una vez visto de forma retrospectiva el papel del CD en los 90, es decir, antes de la universalización de internet, quiero mirar más de cerca qué males sufrió en la década siguiente. Qué males sufrió un artilugio que en sí mismo no era tan revolucionario, que aun así fue bestialmente desaprovechado y que, curiosamente, contenía ya la esencia de lo que en poco tiempo le haría caer en un irreversible declive.

Creo que todo el mundo tiene claro ya que un CD es sólo un artefacto que contiene información digital. Es decir, un objeto para almacenar datos. Estos no tienen por qué ser sólo musicales, ya que casi todo es susceptible de ser convertido al código binario de unos y ceros. De entrada un CD no es un “disco de música”, sino de datos, un soporte informático. Lo que no esperaba la industria discográfica en los 90 es que la informática pudiera cambiar drásticamente la forma y funcionalidad de las unidades de almacenamiento, y mucho menos se le había ocurrido pensar que la verdadera gran revolución estaba aún por llegar. Y al final fue la confluencia de ambas transformaciones y su potenciación mutua lo que plantó cara a su juguetito elitista llamado CD y en poco tiempo lo aplastó.

¿En poco tiempo? No, qué va. Estamos en la segunda década del siglo XXI y aún se venden muchos CDs, muchísimos, aunque la industria lloriquee y se queje de que sus ventas han caído y sus beneficios han disminuido. Aun siendo esto verdad, se siguen vendiendo discos a patadas, y la prueba está en la ingente cantidad de discos que se publican (por no hablar de las bandas que se crean o los sellos discográficos que aparecen), y es que si se publica será porque se vende; como ejemplo baste la variedad de formatos distintos en que se reeditó el año pasado el “Nevermind” de NIRVANA conmemorando el vigésimo aniversario de su edición, entre CD normal, CD digipack, CD + CD-extra de rarezas, CD + DVD, 4xCD Box (aparte de vinilo normal, vinilo en varios colores, vinilo doble, vinilo cuádruple)… Y estamos hablando de una reedición. Han pasado un considerable número de años y aún muchísima gente en todo el planeta sigue mirando con buenos ojos ese formato obsoleto e innecesario llamado CD. No, la informática aún no lo ha aplastado. Pero lo hará, aunque quizá nunca del todo. Lo más gracioso es que el CD también es un artículo informático, aunque como soporte es indescriptiblemente más tosco, limitado y falto de versatilidad que todos sus competidores posteriores.

Evidentemente, hablo de los reproductores mp3 y mp4, de las memorias extraíbles y de los discos duros externos, todos esos dispositivos que permiten prescindir de un montón de fardos inútiles que ocupan espacio en las estanterías de nuestras casas. La primera idea que se suele oponer a esto es que los CDs suenan mucho mejor. Incorrecto. No digo que sea falso, un disco original tiene mayor calidad de sonido que un archivo comprimido y no soy tan tonto como para negarlo, pero los discos a 320 kbps reproducidos en los actuales altavoces y aparatos de alta fidelidad suenan alucinantemente bien. Cumplen muy de sobra las exigencias o el mínimo de calidad aceptables, y suenan infinitamente mejor que los vinilos que hemos usado durante décadas y también hoy sin que nadie se quejara. Es más, suenan incluso “demasiado bien”, con un brillo y nitidez que la música en su estado natural, en directo, no tiene. Por otra parte, el oído medio no se para a apreciar las sutiles diferencias en cuanto a resolución que ofrece un formato no comprimido, y muchas veces ni siquiera tiene la capacidad de hacerlo.

Toda la reacción contra los dispositivos de almacenamiento masivo por parte de la industria del disco no ha sido para defender nuestros intereses como consumidores y ni mucho menos para velar por la máxima calidad del producto, ha sido porque han visto peligrar su posición de privilegio y sus exorbitadas ganancias tras una década en la que no sólo se hincharon a vender los nuevos discos publicados en CD sino a reeditar todo el inmenso fondo de catálogo de las décadas anteriores. Y les salió bien, nos lo colocaron como a pardillos porque a todos nos parecía muy “cool” y muy “in” desdeñar aquellos harapientos vinilos y estar a la última a base de rehacer nuestra colección en formato digital. Qué modernos que éramos todos. Y la industria tan feliz. Tanto que se le secó el cerebro de pura felicidad y cuando empezaron a ser asequibles y funcionales otros medios de almacenaje de mayor capacidad, justo a la vez que internet brindaba la posibilidad de un acceso ilimitado e instantáneo a los contenidos, no supo qué hacer (de nuevo la distinción, base de todo este embrollo, entre medios de almacenaje y contenidos). Sólo sabía “vender discos” y no se le ocurrió que quizá tendría que empezar a vender otra cosa, quizá el acceso a los contenidos, el tráfico de datos, las propias conexiones, lo que fuera. No, no estaba preparada ni supo reaccionar, y su única respuesta fue quejarse. Y así lleva más de una década.

Desde hace un tiempo me pasa una cosa curiosa cuando veo en directo a grupos muy recientes o cuando leo comentarios sobre grupos nuevos y cuando en ambos casos leo informaciones del tipo “aún no han publicado ningún disco”. Hace años un comentario así les situaba en la segunda división, donde peleaban aquellos que aún tenían que esperar para estar ‘dentro del circuito’, pero hoy día ya no significa nada. Últimamente cuando leo algo así, pienso “¿y qué necesidad tienen de publicar un disco?, ¿por qué van a recurrir a un sistema tan engorroso y lento para difundir su música?” Realmente, ¿por qué querrían tardar tanto y elegir un procedimiento tan largo? El problema aquí es que se sigue identificando “publicar música” con “publicar un disco”, como si no hubiera más formas de hacerlo. Y no se entiende que a estas alturas alguien quiera elegir para difundir sus obras el camino más complicado posible.

Hace años ya que todos dejamos de escribir cartas. ¿Por qué querría alguien hoy día enviar una carta por correo postal en lugar de escribir un email? Esperar varios días hasta que llegue a su destino, pagar el paquete físico -un objeto innecesario-, pagar a alguien por el servicio del envío -cuando lo puede hacer uno mismo a través del servicio de internet por el que ya pagamos una cuota fija-… No tendría sentido. Pero nadie se escandaliza de que diariamente todos enviemos emails que llegan de forma instantánea y esperemos su respuesta con parecida celeridad, nadie se escandaliza de que no tengamos que gastar papel, cartón y otros recursos naturales, nadie se escandaliza de que no paguemos portes ni paguemos entrega cuando no hay nada que portar ni entregar. ¿Y por qué sí con la música?

También hace años que no imprimimos las fotos en papel. ¿Alguien ha montado campañas de criminalización de quienes ya no queremos llevar a revelar en papel los carretes de fotos? ¿Hemos asistido acaso a campañas de victimismo por parte de los comerciales de esas tiendas que, de pronto, se han quedado sin clientes? No, por supuesto. Pero porque han diversificado su negocio y han empezado a vender cámaras digitales y otro tipo de productos relacionados, han transformado sus negocios en lugar de venir llorándonos a todos y diciéndonos que somos malísimos por no seguir queriendo imprimir nuestras fotos en papel. Y sobre todo porque han entendido que los tiempos cambian y que la tecnología o los medios materiales en general cambian, y porque son conscientes de que no hay absolutamente nada que puedan reprochar ni legal ni moralmente a los clientes.

Se me ocurren otros cuantos sectores en que se ha producido la misma transformación, como el de la venta de mapas de carreteras desplazada por la de dispositivos GPS, o la aún incipiente industria de los e-books que no se sabe hasta qué punto desbancará a los libros en formato físico, y en ninguno de esos casos se han emprendido cruzadas contra los usuarios por querer adaptarse a los cambios y renovar sus costumbres. Pero la industria del disco sí, la industria del disco ha puesto el grito en el cielo y ha salido a pregonar lo pobrecitos que son porque cada vez menos gente quiere comprar sus unidades de almacenamiento de información llamadas “discos”, haciéndonos creer a todos que la culpa era de los clientes por no querer seguir comprando un objeto innecesario. Nos han hecho cargar a todos con una imagen del cambio de los tiempos planteado como un crimen, cuando en realidad el problema es que de pronto ya no tienen ningún producto que vender y no han buscado alternativas. Y no las han buscado porque la industria del disco nunca ha sido como Correos o como la red de tiendas pequeñas o medianas de fotos, ha sido un gigante a nivel mundial que ha facturado billones y ha tenido un poder económico y cultural desmesurado, y ha sido su situación de privilegio, unida a su prepotencia, lo que le ha impedido buscar a tiempo alternativas de negocio. En lugar de eso se han quedado quietos durante años, con sus grandes culos sentados sobre sus sillones y sus millones, pensando con toda su arrogancia que eran intocables, y cuando al final se han visto con el agua al cuello se han puesto a dar pataletas como un niño mimado. Pero no cuela.

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